“Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el reino de los cielos”.
Evangelio según San Mateo 5, 12. 

El ejercicio de la Templanza queda patente a los ojos de los demás: el trato cercano con las personas que han interiorizado esta virtud nos descubre que se trata de hombres y de mujeres muy libres, gente que no está atada a las riquezas, a los placeres, a la comodidad, a la fama.

Quienes han puesto el corazón en el verdadero tesoro gozan de la alegría y la paz que las cosas de la tierra no pueden dar. Por eso, son personas atrayentes, convincentes: sin alarde, sin llamar la atención, sus actos indican que hay más felicidad en dar que en recibir, en vivir desprendidos que afanados por atesorar, en superar la inclinación al placer que en ser esclavos de las tendencias más bajas.

Cómo educar a nuestros hijos en la virtud de la Templanza en casa.

  1. Ayudadles a reconocer sus sentimientos y a reflexionar en las razones por las cuales se sienten así.
  2. No los sobreprotejáis, no les deis todo lo que piden, ni les consintáis en exceso.
  3. Que ofrezcan pequeñas mortificaciones o sacrificios por el bien de alguien de la familia, por un amigo, por Dios.
  4. Estableced horarios para comer, dormir, etc. y respetadlos; si no se cumplen plantead una corrección que implique sacrificio o renuncia.
  5. Ayudadles a dar gracias por todo lo que tienen y a aprovechar sus cualidades para ser mejores cada día.
  6. No permitáis justificaciones o pretextos al incumplir con sus responsabilidades.
  7. Evitad el exceso de comodidades en la casa.
  8. Enseñadles a expresarse correctamente con los demás y a moderar su vocabulario. No permitáis malas palabras o frases insultantes o burlonas hacia los demás.
  9. Enseñadles a vestirse adecuadamente, respetándose a si mismos y a los demás. Enseñadles el significado de la verdadera elegancia.
  10. Enseñadles desde pequeños a moderarse en la comida y en la bebida, no les permitáis excesos.

“Acordémonos de que el hombre debe ser hermoso sobre todo interiormente. Sin esta belleza todos los esfuerzos encaminados al cuerpo no harán —ni de él, ni de ella— una persona verdaderamente hermosa”.
San Juan Pablo II, Audiencia General 22 de noviembre de 1978

Oremos.

Padre nuestro, que estás en el cielo, 
santificado sea tu Nombre; 
venga a nosotros tu reino; 
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. 
Danos hoy nuestro pan de cada día; 
perdona nuestras ofensas 
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; 
no nos dejes caer en la tentación, 
y líbranos del mal.

Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.
Amén.

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