La virtud de la Prudencia alcanza su verdadera medida cuando la persona es capaz se darse a los demás con un amor sin medida; cuando aparece un sincero deseo por el bien de los hijos de Dios; cuando nos convertimos en constructores reales de su Reino.

«Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura» (Mt 6, 33).

Por el Reino vale la pena darlo todo, hasta la vida misma, porque según la lógica divina, no la de este mundo, el que encuentra su vida, la pierde, y el que la pierde, encuentra la verdadera Vida Eterna. En consecuencia, muchas actitudes que podrían parecer prudentes a los ojos humanos, en realidad son necias, como la del hombre que acumula riquezas pero se olvida de su alma, la del joven que no quiere seguir a Cristo porque tiene muchos bienes, o la del siervo que guarda su talento en lugar de ponerlo a dar fruto para el Señor. Son conductas imprudentes que tienen su raíz en la dependencia de las cosas de este mundo o de aquello que nos da un placer inmediato pero que en el fondo nos mata por dentro, lo que comúnmente llamamos “el mal”. Esclavitudes “voluntarias” que limitan nuestra libertad.

Oremos.

Oh María, Consuelo de los afligidos, abraza a todos tus hijos atribulados, haz que Dios nos libere con su mano poderosa de esta terrible epidemia y que la vida pueda reanudar su curso normal con serenidad.

Nos encomendamos a Ti, que brillas en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María!

Amén.

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