En Cristo encontramos la prudencia perfecta y la perfecta libertad. Con sus obras nos enseña que la prudencia nos anima a que convirtamos la vida en un servicio a los demás, amigos y enemigos, por amor al Padre; con su muerte en la cruz nos muestra que la verdadera prudencia lleva incluso a entregar la propia vida, en obediencia al Padre, por la salvación de los hombres.
La contraposición de esta prudencia de Cristo contra los criterios de este mundo, haciéndola parecer exageración e imprudencia, queda patente cuando manifiesta a sus discípulos que debe ir a Jerusalén, padecer y morir; Pedro se puso a reprenderle diciendo: “¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso”. Pero él le recriminó esta actitud.

“¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tropiezo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!” (Mt 16, 22-23).

Oremos hoy por todas aquellas personas que arriesgan sus vidas para la salvación de las nuestras.

Oh Virgen María, protege a los médicos, a los enfermeros, al personal sanitario, a los voluntarios que en este periodo de emergencia combaten en primera línea y arriesgan sus vidas para salvar la de otros. Acompaña su heroico esfuerzo y concédeles fuerza, bondad y salud.

Permanece junto a quienes asisten, noche y día, a los enfermos, y a los sacerdotes que, con solicitud pastoral y compromiso evangélico, tratan de ayudar y sostener a todos.
Amén.

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