La fortaleza es «la gran Virtud» porque la que hace visible nuestro deseo de vivir según el bien y la pasión que sentimos por aquello en lo que creemos y amamos. Por eso, la fortaleza es la virtud de los enamorados, de los convencidos… es la virtud de aquellos que por un ideal que vale la pena son capaces de aventurarse a los mayores riesgos; la de los caballeros andantes la de todos aquellos que son capaces de la entrega gustosa de su propia vida, si fuera preciso, en la búsqueda de un bien más alto.
«No tengáis miedo a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma; temed ante todo al que puede hacer perder alma y cuerpo en el infierno» (Mt 10, 28).
Educar la fortaleza no es educar en la fuerza física, sino educar la capacidad de proponerse metas altas y luchar por lograrlas aunque cueste. O dicho de otro modo, conseguir una fuerza interior que les haga sobreponerse al “no me apetece”.
Para que los hijos vivan la fortaleza es necesario que sepan que existen cosas en la vida por las que merece la pena luchar, que existe el Bien y que merece la pena luchar por conseguirlo, de ordinario a través de las cosas pequeñas.
No se trata ya de realizar actos sobrehumanos: de escalar el Everest, o de llegar a la luna…; más bien se trata de hacer de las pequeñas cosas de cada día una suma de esfuerzos, de actos viriles, que pueden llegar a ser algo grande, una muestra de verdadero amor.
Oremos
Dios te salve María,
llena eres de gracia,
el Señor es contigo.
Bendita tú eres
entre todas las mujeres,
y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios,
ruega por nosotros, pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amén.
Que tengáis un buen día.
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