El ejercicio de la Templanza queda patente a los ojos de los demás: el trato cercano con las personas que han interiorizado esta virtud nos descubre que se trata de hombres y de mujeres muy libres, gente que no está atada a las riquezas, a los placeres, a la comodidad, a la fama.
La virtud de la Templanza permite que nuestra vida no pierda el Norte que señala siempre a Dios. Acertar en las acciones, teniendo claro que el objetivo de nuestra vida es alcanzar el Cielo o, lo que es lo mismo, ser felices amando, amando de verdad, a Dios sobre todas las cosas y a los demás por Dios.